Solía llorar, ahora no tiene
tiempo,
Está sentada al filo de la
sombra, contemplando a la luz bailar.
Baila, se evapora en las
sonrisas, en la borrasca de la
noche.
Felina, pirata, viajera, esclava del tiempo.
Recuerda cuando era una
niña y surcaba los mares.
Ahora el profundo temor del
mundo le ha cubierto el
corazón.
Se arrancó las raíces aquél
último día que intentaba
hablarle a Dios,
va meciendo sus pies al ritmo
de una tormenta desconocida,
se dirige a la muerte
se llama a sí misma vida
te sumerge en cada abismo.
Transparente, invisible.

martes, 4 de agosto de 2015
lunes, 20 de julio de 2015
No me acerco más, desde mi cúpula te observo.
Todo tiene un tinte de languidez. El cielo se torna lentamente en un báculo mágico de agua; gris. Escucho a los pajarillos pero no están aquí. Me sobreviene una imagen sobre lo ficticio que resulta el imaginario del pasado. Suenan las gotas del silencio humedecido en mi cabeza, cómo un marca-pasos van marcando el ritmo en que las hojas comienzan pálidas a cantar la llegada de la lluvia. El báculo no cede. Las hojas sin embargo van danzando, casi cómo desfalleciendo; quizás con un afán de cambiar algo en este paisaje desértico. Todo está quieto, todo en silencio. Estoy esperando la lluvia, mis piernas se mecen en la densidad del ambiente. Entro de nuevo a la cueva y juego con el fuego, bailando con mi sombra impregnada en la pared, haciendo compañía a las aves escatológicas de rojo color carmesí. Juego con ellas y me hago pájaro; desplumado, silencioso... voy regalándole mis plumas al vagabundo en busca de cobijo, al villano enardecido, a todos los héroes de marfil. A cada ser que me toca las cuerdas me voy dando. A aquéllos que me ven cómo pidiendo. Sin embargo, en su búsqueda de ensueños perdidos, yo sólo los observo desde mi centro. No puedo confesarles que no hay, pues la esperanza es la que sostiene el mundo, la que se encarga de mantener a los abismos contenidos.
Todo tiene un tinte de languidez. El cielo se torna lentamente en un báculo mágico de agua; gris. Escucho a los pajarillos pero no están aquí. Me sobreviene una imagen sobre lo ficticio que resulta el imaginario del pasado. Suenan las gotas del silencio humedecido en mi cabeza, cómo un marca-pasos van marcando el ritmo en que las hojas comienzan pálidas a cantar la llegada de la lluvia. El báculo no cede. Las hojas sin embargo van danzando, casi cómo desfalleciendo; quizás con un afán de cambiar algo en este paisaje desértico. Todo está quieto, todo en silencio. Estoy esperando la lluvia, mis piernas se mecen en la densidad del ambiente. Entro de nuevo a la cueva y juego con el fuego, bailando con mi sombra impregnada en la pared, haciendo compañía a las aves escatológicas de rojo color carmesí. Juego con ellas y me hago pájaro; desplumado, silencioso... voy regalándole mis plumas al vagabundo en busca de cobijo, al villano enardecido, a todos los héroes de marfil. A cada ser que me toca las cuerdas me voy dando. A aquéllos que me ven cómo pidiendo. Sin embargo, en su búsqueda de ensueños perdidos, yo sólo los observo desde mi centro. No puedo confesarles que no hay, pues la esperanza es la que sostiene el mundo, la que se encarga de mantener a los abismos contenidos.
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